«Tuve dos vidas: una antes de los 18 años, y otra después. Y si me preguntan cuál fue mejor estoy seguro que la segunda». A los 46 años, Esteban Ortiz traza una línea imaginaria con el pasado. El punto de inflexión es aquel accidente de tránsito que le provocó una lesión medular y le impidió volver a caminar. «Siempre tuvo un carácter fuerte, soy un luchador y cuando me propongo algo, lo consigo», asegura este tenista sobre silla de ruedas que representó a Ecuador en el Torneo Miguel Zúñiga. Y habrá que creerle…
«El deporte fue y es mi terapia. Tras el accidente hice la rehabilitación en Washington. Y fue en el hospital donde vi una revista que me cambió la vida. Pude comprobar que se podían hacer deportes y me lancé. Arranqué con atletismo y me consagré campeón paralímpico en mi país. Y en San Silvestre, la tradicional carrera de San Pablo, terminé en el segundo lugar. Ah, y estuve en los Juegos de Barcelona», relata, orgulloso.
Una tarde, Ortiz se aburrió del atletismo y se inclinó por el básquet. «Era muy complicado juntar gente en Cuenca. El básquet fue mi deporte preferido de niño, era muy bueno», explica. Fue así que con enorme trabajo formó un equipo: Club Discapacitados de Azuay. Fue jugador, dirigente y entrenador. Y capitán, por supuesto. «Nunca pudimos salir campeones, aunque una vez fuimos segundos», dice, entre risas.
Recién en el 2006 descubrió el tenis, en una clínica que se realizó en Guayaquil. «No era un deporte que me entusiasmara. Más, me parecía aburrido. Pero cuando le tomé la mano me pareció asombroso». Enseguida tuvo su primer certamen intenacional. Viajó a Chile, y luego conoció el Lawn Tennis de Buenos Aires. «Le comencé a tomar el gusto al tenis, ahora me parece un deporte maravilloso», reconoce. Y, claro, organizó el primer torneo en Ecuador. Pasó el tiempo, y el presente lo encuentra a un paso de los Juegos de Toronto. «Sería un sueño, pero el broche de oro de mi carrera es participar en Río de Janeiro. Lo voy a intentar», indica, y guiña un ojo.
Es que para Ortiz no hay imposibles. «Cuando tuve el accidente me dijeron: no vas a caminar, y no vas a poder tener hijos. No caminé, pero tengo una hija hermosa, Isabella, de 11 años». Así, con ese optimismo, se maneja Ortiz. El mismo que fue dirigente de fútbol del Cuenca, en el 2004, cuando el club logró su única estrella. El mismo que estudio administración de empresas y realizó una Maestría en Economía en Costa Rica. El mismo que trabaja como gerente en Fuji Film, y que destaca constantemente el apoyo de su mujer, María Augusta, y de toda su familia. El mismo que grita a los cuatro vientos que «hay que ir siempre para adelante, ese es el gran secreto».