Cuando Gabriel Copola sopló las 40 velitas el último 20 de enero no se imaginó que sus deseos se iban a cumplir tan rápidamente. Porque unos días después, en los albores de febrero, ganó el Abierto de Brasil y en marzo tuvo una gran actuación en el Abierto de Italia que lo acercó a los Juegos Paralímpicos de París 2024.
Los buenos resultados, que incluyeron los títulos en Buenos Aires y San Pablo, alcanzaron para lograr la clasificación por ranking mundial nada menos que a su cuarto cuarto Juego Paralímpico, luego de su paso por Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020. Aunque, claro, París tendrá un sabor muy especial.
“Cuando comencé a jugar al tenis de mesa soñaba con participar en un Juego Paralímpico. En uno solo, con eso ya estaba hecho. Y ahora estoy en las puertas del cuarto. Es increíble. Además, con un condimento muy especial: me van acompañar mi mujer Abigail y mis hijas mellizas Nina y Filipa que recién cumplieron un año. Es algo único”, le dice a Paradeportes un emocionado Copola.
Copola sonríe y dice que sus hijas llegaron con la clasificación bajo el brazo, pero también admite el esfuerzo que tuvo que hacer: “Hubo días que llegaba al CeNARD a las 5 de la mañana para poder dormir un poco para estar bien en los entrenamientos”.
“Voy a disfrutar mucho París 2024. Como deportista y como papá”, afirma este licenciado en Educación Física que en 1996 sufrió un accidente mientras andaba con su bicicleta de carrera. Desde entonces, su vida cambió y empezó a desplazarse en silla de ruedas. El sueño de ser el 9 de Boca había quedado trunco, pero tenía el gen del deporte en las venas. Una noche vio en el programa de Susana Gimenez a Daniel Hayland, uno de los jugadores de tenis de mesa adaptado más importantes de la historia, y ahí mismo les dijo a sus padres: “Yo quiero jugar ese deporte”. Así empezó su camino.
En 1999, representó a la Argentina por primera vez en el Parapanamericano de México. Su primera medalla dorada la consiguió en los Parapanamericanos de Guadalajara 2011. Y repitió en Lima 2019.
Hoy, Copola es un referente del deporte adaptado y distribuye su tiempo dando clases en la Universidad Nacional de Luján, en la Universidad Católica y en el Hospital Ramón Carrillo. “Mantengo la pasión en todo lo que hago; ese es el secreto”, dice, el jugador de tenis de mesa que en París mirará a la tribuna y tendrá el aliento de Abigail, Nina y Filipa, el aliento de su propia hinchada.